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sábado, 11 de agosto de 2012

“Crónica de una tarde en mi patio”


Crónica de una tarde en mi patio”
Por: Taimí Antigua Lorenzo

Esperaba la llegada de la primavera con mucha ilusión. A fin de cuentas estaba en Canadá y ya podía disfrutar de las cuatro estaciones del año.
Mis primeros años los pasé viviendo en apartamentos, pero finalmente ya tenía mi casita, con jardín y patio. ¡Qué maravilla!

Era marzo y aún quedaba algo de nieve en los alrededores, pero aquel domingo las temperaturas habían subido hasta los 21 grados. Deseaba mucho sacar a mi hijo pequeño a jugar en la canal que los dueños anteriores habían dejado instalada en el patio. Mi esposo y mi niño salieron conmigo. Mientras ellos correteaban, yo empecé a recoger ramas secas y luego me puse a apilar hojas.

4:00 P.M.

Contemplé el enorme patio donde crecían majestuosamente dos pinos, varios arces, tres matas de rosas y había una hermosa glorieta de madera -o gazebo-, como le llaman aquí. Eché una rápida mirada y comencé a imaginar la mejor manera de arreglar nuestro patio.


-¡Qué hermosa tarde!, le comenté a mi esposo mientras las primeras gotas de sudor comenzaron a bajar por mis sienes.

- Sí, hay un sol precioso, han salido las ardillas a jugar.

 - ¡Y hasta tenemos dos liebres en el patio, qué lindas!, grité sorprendida mientras las liebres corrían a esconderse en la cerca de cedros que dividía ambos patios por el lado derecho.

Deben ser del vecino que tiene un huerto en su patio, dijo mi esposo.

Enseguida pensé: “Si esto fuera en Cuba ya habría alguien tratando de atrapar las liebres para meterlas en el horno”.

-Tenemos que hacer un sitio de compost, como el de nuestro vecino, le dije.

-Sí, son demasiadas las ramas y hojas a botar. Necesitaríamos veinte sacos para empacarlas ahora, y unos cuarenta más cuando llegue el otoño.

-En la esquina del patio, a la izquierda, podemos hacer uno. Solamente necesitaríamos una cerca y cuatro listones de madera.

-Cuida al niño que voy a seguir recogiendo ramas.

5:00 P.M.

-Mira, estoy pensando que aquí en el centro del patio podemos hacer un lecho de flores y podría transplantar la que tengo en la maceta en el sótano de la casa. O mejor: podemos hacer un estanque para carpas chinas. ¿Qué te parece?

-Me parece bien, aquí venden unas pequeñas lagunas decorativas ya listas para instalar en los jardines. No sería caro. Bueno, pensándolo bien, necesitaríamos también cemento, algunas herramientas y una bomba de agua.

De repente muchas ideas siguieron llegando a mi cabeza y le sugerí: alrededor de la terraza me gustaría poner algunas macetas grandes, verdes, de esas grandotas de cerámica esmaltada que venden en Home Depot. ¡No, y delante de la casa también, en verde para que combinen con el tejado metálico verde!

A mi esposo  parece que esto último no le gustó mucho pues ni me respondió.

El niño se había caído de la canal y estaba lleno de tierra mojada. El cambio de temperatura le había sacado los mocos. Mi esposo le limpió la cara con una servilleta y me dijo que en media hora debíamos entrar. Estaba empezando a oscurecer.

-¡Entren ustedes!, yo quiero recoger todas las hojas hoy. Fui al garaje y saqué unos cinco sacos de cartón. Empecé a llenarlos con la ayuda de un escobillón plástico.

Seguí rastrillando hojas y recogiendo ramas. Miré para el gazebo y enseguida recordé dos casitas para pajaritos que tenía guardadas. Las busqué y las puse.
Al pasar por unos arbustos secos decidí empezar a podarlos y fui a buscar un cuchillo de usar en el barbecue como machete. Aguantando las ramas me encajé unas espinitas en una mano, pero seguí en lo que estaba sin descanso hasta dejar esos matojos casi a ras del suelo.

5:30 P.M.

-¡Oh, qué belleza la primavera en este país! Esto es paradisíaco; aquí se ven los cambios de estación, cantan los pajaritos, llegan los patos a la ciudad, juguetean las ardillas en las paredes de la casa del vecino, salen las arañas a tejer sus nidos en dondequiera. Esto es bello, bello, bello. ¡Ay, si mi familia viera esto! ¡Cómo hay florecitas violetas saliendo de los bulbos!, me decía para mis adentros mientras aspiraba el aire fresco de la tarde.

En ese momento recordé una gran telaraña que colgaba en la parte exterior de la ventana de la cocina; fui con una escoba y la tumbé. A la araña - que estaba bien grande - la maté a escobazos.

Cuando regresé al patio el viento había dispersado las hojas de los tres montones donde las había estado apilando. Volví a recogerlas. Las manos me empezaron a doler un poco.

-Deberías rastrillar un poco de hojas, le dije a mi esposo.

-¡Qué va! Yo no tengo vocación de agrónomo, por eso estudié electrónica. El patio y el jardín son tuyos mi amorcito.

Miré de reojo los montones de hojas, y recordé el primer mes cuando recién mudados tuve que ocuparme de arreglar el jardín, recoger todos los palos y ramas secas que los dueños anteriores habían dejado regados por todos lados. Recordé los veinticuatro sacos que llené, y que luego mi esposo y mi hijo mayor llevaron al sitio de compost de la ciudad.

Por eso hay varios troncos de árboles de arce cortados en su base. Al parecer, los dueños anteriores no podían ocuparse de tantas hojas, eran como diez arces que en otoño generaban unos quince sacos por lo menos cada uno. Saqué mis cuentas y pensé en lo mucho que esa familia debió haber trabajado en entre el patio y el jardín.

Casi se me había olvidado todo el esfuerzo que había hecho en el otoño anterior poniendo rocas para perfilar los bordes de los canteros de las plantas del jardín delantero. Los recuerdos volvían. Los sacos de maderitas picadas para luego decorarlos. Sí, mi esposo fue y los compró, pero fui yo quien los arrastró y puso las maderitas decorativas, recordaba.

Ya llevaba varias horas en el patio trabajando. Me había torcido el pie derecho al pisar una rama muy gruesa disimulada bajo las hojas. Me había pinchado con las espinas de las matas de rosas, y había cogido un buen dolor en la espalda.

No obstante, seguí recogiendo hojas y ramas.

6:00 P.M.

Mi esposo y el niño entraron a la casa. La temperatura empezó a bajar ligeramente. Fui hasta la cerca del fondo a recoger algunos vasos y platos plásticos que habían tirado desde el otro lado. O no, a lo mejor fueron traídos por el viento desde el McDonald que está en nuestra calle, pensé, porque aquí la gente es muy educada y nadie tira basura en las calles.

Empezaba a oscurecer, estaba toda sudada y dos pequeñas ampollas habían brotado en mi mano derecha, la izquierda estaba enrojecida. Tres ardillas estaban retozando sobre los montones de hojas. Lo estaban regando todo. ¡Yo sudando y ellas gozando!

Mis tenis estaban llenos de fango, tenía frío, el tobillo derecho se me había hinchado, me empecé a sentir el cansancio y quería entrar para sacarme enseguida las espinas que me había encajado en las manos.

Miré a mi alrededor y pensé: “Mira cubanita, mejor contratas a un paisajista cuando tengas dinero y que se fastidie otro”. ¡Qué patio canadiense, ni primavera, ni peces de colores!

miércoles, 1 de agosto de 2012

“Edelmira San Pedro,la cubana que se casó con un Príncipe de Asturias”

 

“Edelmira San Pedro,la cubana que se casó con un Príncipe de Asturias”

Por: Taimí Antigua Lorenzo
Fotos tomadas de Internet

Por si alguien dudaba de lo unique que somos las mujeres cubanas, les traigo esta historia de la bella compatriota que hizo que el Príncipe de Asturias, Alfonso de Borbón y Battenberg, renunciara al trono de España para casarse con ella en 1933. Nada: ¡que somos la candela!, el magnífico resultado del mestizaje entre españoles, negros y algo de indio.

Así lo demostró Edelmira Sampedro y Robato. Nacida en Sagua la Grande, Cuba, el 15 de marzo de 1906, hija del español Pablo Sampedro y Ocejo, natural de Matienzo, Cantabria y de la cubana Edelmira Robato. Alrededor de 1880, su padre llegó a ser propietario de una plantación de caña de azúcar.
Edelmira conoció a Alfonso de Borbón y Battenberg (hijo de Alfonso XIII) en el Sanatorio Leysin, en Suiza, donde éste recibía un tratamiento ya que padecía hemofilia. Era el hijo primogénito de los reyes Alfonso XIII (1886-1941) y Victoria Eugenia de Battenberg (1887-1969) y fue heredero a la corona española desde su nacimiento.

El príncipe Alfonso tuvo una salud muy frágil durante toda su vida, además de una formación insuficiente y de dificultades para desarrollar funciones públicas a causa de las crisis generadas por su enfermedad.

Pero como Edelmira no pertenecía a ninguna familia real, requisito que debía cumplirse para no perder los derechos de sucesión al trono, el príncipe renunció a sus derechos sucesorios por escrito en Lausana el11 de junio de 1933, para poder casarse con ella. Desde entonces utilizó el título de conde de Covadonga.

Se casaron en la Iglesia del Sagrado Corazón de Ouchy el 21 de junio de ese mismo año.

Pero no tuvieron descendencia ni duraron para siempre; se divorciaron poco después en La Habana el 8 de mayo de 1937. Ella le exigió una pensión de 100 dólares mensuales y todos los regalos que había recibido de él.

Al parecer a Alfonso de Borbón y Battenberg le “fascinaban” las cubanas. Volvió a contraer matrimonio, civilmente, en la Embajada de España en La Habana el 3 de julio de 1937, con la cubana Marta Ester Rocafort y Altuzarra (1913-1993), quien era modelo de alta costura y tenía como apodo “La Lagarta”.

Pero este segundo matrimonio le duró menos que el primero: se divorciaron en la ciudad de La Habana el 8 de enero de 1938. Tampoco tuvieron hijos.

Alfonso pasó más de la mitad de los treinta y un años de su corta vida internado en hospitales, sufriendo operaciones y con dolores terribles. El 6 de septiembre de 1938 tuvo un accidente de automóvil en Miami, que aunque no fue grave, un golpe recibido le causó una hemorragia interna que no pudo atendérsele por la hemofilia. Falleció en el hospital Gerland de Miami.

En 1985, ya restaurada la monarquía en España, por orden del rey Juan Carlos I sus restos fueron trasladados al Monasterio de El Escorial. A esta ceremonia acudió Edelmira. Fue la única mujer que la Familia Real reconoció como esposa del príncipe, aunque la apodaban "La Puchunga".

Edelmira, la “Puchunga”, murió en Coral Gables, Florida, el 23 de mayo de 1994.

“La primera mujer que ejerció la Medicina en Cuba vestida de varón”

                                            Enriqueta Favez

“La primera mujer que ejerció la Medicina en Cuba vestida de varón”
Por: Taimí Antigua Lorenzo

Hoy les traigo una historia que ocurrió hace casi doscientos años, sin embargo, aún sigue siendo de gran actualidad a nivel global.

Hace poco tiempo, se publicó en Cuba Por andar vestida de hombre, libro del historiador cubano Julio César Gonzáles Pagés sobre Enriqueta Favez, la primera mujer que ejerció la Medicina en Cuba vestida de hombre. Alguien que transgredió todas las barreras posibles de las discriminaciones pues fue guerrera, médica, viajera y lesbiana.


Enriqueta Favez nació en 1791, en una familia de la burguesía de Lausana, Suiza. A la edad de 15 años se casó con un soldado francés, quizá para ganar la simpatía de su guardián, un tío que era un coronel del ejército.

                                               Su casa natal,que aún se conserva.

Tres años más tarde, su marido y su pequeña hija de 8 días de nacida murieron. Permaneció en París y estudió Medicina en la Universidad de La Sorbona, tomando la vestimenta y la identidad de un oficial del regimiento al que pertenecía su difunto marido. Durante las Guerras Napoleónicas trabajó como cirujana del ejército francés, hasta que fue capturada por las tropas del general inglés Wellington, en España.

Pero muerto su tío en España, quiso iniciar una nueva vida en el extranjero y terminó en Cuba, en Baracoa, una ciudad plagada de piratas y con un bochornoso clima tropical, donde no era fácil instalarse.

Tomó el nombre de Enrique Favez y sus clientes fueron muchos de los pobres locales, a quienes también les enseñó a leer y escribir. Es así como conoce a Juana de León, una mujer de la zona con la que se casó, consciente ésta del sexo biológico de “su marido”.


Poco después comenzaron las sospechas. Favez fue detenida y sometida a juicio, tras unos exámenes médicos que revelaron su sexo. Juana de León la amó, pero no soportó la presión social y familiar, y se plegó a la farsa que se orquestó contra Enriqueta.

Su juicio fue el más escandaloso de aquella época. Sufrió todo tipo de humillaciones. No contó con defensor alguno, pues era muy difícil que alguien se atreviera en esa época a desafiar a la Iglesia y a las instituciones que respaldaban el enjuiciamiento.

A Enriqueta la llamaron criatura infeliz, monstruo, descargaron sobre ella todo tipo de improperios e hicieron de su juicio una representación fiel de un tribunal de la Santa Inquisición. Fue condenada a prisión en el Hospital de Mujeres de San Francisco de Paula, en La Habana, y posteriormente expulsada a Nueva Orleáns.

Una vez en Estados Unidos, sus parientes la recluyeron en un convento para proteger el prestigio de la familia. Asumió entonces el nombre de Sor Magdalena y siguió prestando asistencia médica a los pobres. Más tarde se convirtió en una misionera en México, y finalmente murió en Nueva Orleáns a la edad de 65 años, diez años después del fallecimiento de su esposa Juana.


Un expediente sobre su caso se encuentra en el Archivo Nacional de Cuba, donde aparecen cartas, informes y otros documentos originales del dossier abierto durante el juicio.



De esta figura casi nada sobrevive, ni siquiera su cadáver, pues el cementerio donde estaba enterrada en Nueva Orleáns fue dañado por el huracán Katrina, en el 2005. En su casa natal de la ciudad suiza de Lausana no hay ni una tarja que la recuerde. Ni allí ni en ninguno de los tantos lugares por los que pasó alguna vez.

viernes, 27 de julio de 2012

“Laura Secord: chocolate y patriotismo unidos”

Su estatua en el Memorial a los Valientes en Ottawa

“Laura Secord: chocolate y patriotismo unidos”
Por: Taimí Antigua Lorenzo
(Fotos tomadas de Internet)


Cuando a un canadiense se le menciona “Laura Secord” enseguida piensa en la famosa marca de chocolates. Incluso, si usted le pregunta a alguno de ellos quién fue Laura Secord probablemente le responderá que fue la creadora de los bombones en Canadá. ¡Pero qué cosas tiene la vida, si esta gran mujer murió sin haber probado nunca un bombón con su nombre!
¿Pero por dónde le entra el “chocolate” a esta historia?
  

Aunque Laura Secord nació en Massachusetts el 13 de septiembre de 1775, su padre, fiel a la corona inglesa, se mudó tras la Revolución Americana con su familia al poblado de Ingersoll, cerca de Niagara Falls, en Alto Canadá (hoy Ontario).


En 1797 Laura se casó con James Secord y vivían en Queenston, Alto Canadá. Pero comenzó la llamada Guerra Anglo-Americana en 1812 y cuando el 27 de mayo de 1813 el ejército americano lanzó con éxito un ataque al otro lado del río Niágara, la familia Secord fue forzada a alojar a oficiales americanos.


En la noche del 21 de junio, Laura escuchó a unos americanos tramar el lanzamiento de un ataque sorpresivo sobre las tropas dirigidas por el Lugarteniente británico James Fitzgibbon, ubicadas en Beaver Dams. Esto podía favorecer el control de los americanos en la llamada Península del Niágara. Laura se levantó temprano a la mañana siguiente para avisarles a los ingleses.


Caminó aproximadamente 30 km por bosques peligrosos por sus animales salvajes, desde el actual Queenston a través de St. David's, Homer, Shipman's Corners (actualmente St. Catharines) y Short Hills. Subió los acantilados del Niágara para poder llegar al campo de los guerreros indios, quienes a su vez la llevaron hasta el cuartel de Fitzgibbon.

Gracias a su aviso, una pequeña fuerza británica y un contingente de guerreros Mohawks se prepararon y emboscaron a los americanos. El combate, conocido como la Batalla de Beaver Dams, ocurrió el 24 de junio de 1813 cerca de Fort George. Como resultado los británicos vencieron y tomaron prisioneros a casi todos los soldados americanos.

                                         Sello dedicado a Laura Secord

La historia se convirtió leyenda en Canadá. Una vieja versión decía que Laura se llevó una vaca como excusa para salir de su casa, en caso de que las patrullas americanas la encontraban.


En 1860, cuando Laura tenía 85 años, el Príncipe de Gales, Albert Edward (luego Eduardo VII) le envió 100 libras esterlinas como recompensa. Este fue el único reconocimiento que ella recibió en su vida. Fue enterrada junto a su esposo en el Cementerio de Drummond Hill en Niagara Falls.

Pero ¿y el chocolate? Fue idea de Frank P. O’Connor rendirle homenaje a la heroína canadiense usando su nombre para un pequeño negocio de venta de dulces y chocolates caseros que inició en 1913 en la calle Yonge de Toronto.

Sus dulces tuvieron tanto éxito que expandió su compañía por todo Ontario y Québec. En la década de 1930 abrió una oficina en Winnipeg y comenzó a extenderse por todo el país. En los años 60 la marca sufrió una serie de cambios de propietarios y actualmente pertenece a Nutriart Inc.


Monumento a Laura Secord en Queenston Heights

Cuenta con casi 125 tiendas y es el mayor productor de chocolates de Canadá. Vende además helados y otros tipos de confituras. Es un “orgullo canadiense”.


"La primera mujer negra millonaria en Estados Unidos"

(foto tomada de internet)

"Sarah Breedlove, la primera afroamericana millonaria"
Por: Taimí Antigua Lorenzo

No sé qué sentirán los lectores, pero cada vez que entro a un mall me siento abrumada con tantas mercancías, y no puedo dejar de pensar en mi pueblo cubano y sus carencias. Para la mayoría, la batalla por la subsistencia diaria en la dolida isla no termina nunca. Algo tan simple como un pomo de champú o de acondicionador de cabello ha sido, y puede ser en la Cuba de hoy, un objeto de lujo para muchas mujeres.

Hace poco leí American Black Inventors, interesante libro donde conocí a la inventora del desriz, Sarah Breedlove, la primera mujer de raza negra norteamericana que logró ser millonaria.

                                              De joven (foto tomada de internet)

Sarah Breedlove nació el 23 de diciembre de 1867 en Delta, Louisiana. Fue hija de esclavos libertos, pero quedó huérfana desde niña y su vida transcurrió entre las más inenarrables adversidades. Cansada de los maltratos de su cuñado, a los 14 años se casó, pero su esposo murió en un accidente cuando ella tenía 20 años y se quedó sola con su hija A. Lelya de dos años de edad.

Se mudó a St. Louis en busca de una mejor forma de ganarse el sustento. Asistió a escuelas públicas por las noches, mientras trabajaba de día como lavandera para costear la educación de su hija.


Fue en esa época cuando comenzó a perder el cabello debido a la pobre alimentación, enfermedades, estrés, y por los populares tratamientos para estirarse el pelo que practicaban las afro-americanas de la región.
Sarah dirigió su propia batalla contra la pérdida del cabello durante la década de 1890, y comenzó a experimentar con diferentes tratamientos y productos para el cuidado del cabello. En 1905 inventó un método de estiramiento del rebelde pelo de las afro-americanas que consistía de una pomada, cepillado y uso de peines calientes.

                              Pomada para el desriz (foto tomada de internet)

Animada por su éxito se mudó a Denver, Colorado, donde se casó con Charles J. Walker (agente de ventas de un periódico dirigido a personas de raza negra), de quien tomó el apellido con que vivió hasta el fin de su vida, a pesar de que luego se divorció de él.

En 1906 fundó Madam C.J. Walker Manufacturing Company, pero tras el divorcio se mudó a Indianápolis y allí trasladó su fábrica. Promovió su método y productos viajando por todo el país y haciendo demostraciones. Incluso, viajó a Centro América, el Caribe y Sur América.

En 1917 se compró una mansión de 22 habitaciones, Villa Lewaro, en New York, ya que su compañía para entonces era un negocio multimillonario, el mayor que poseyera en todos los Estados Unidos alguna persona de raza negra.

                                      Villa Lewaro (foto tomada de internet)

Sus vendedoras fueron mujeres pobres y negras, que vieron en este empleo una forma decorosa de ganarse la vida. Estas “Agentes de Walker” se hicieron muy conocidas a través de de toda la comunidad negra de Estados Unidos y el Caribe.

Con sus agentes de ventas(foto tomada de internet)

Ellas a su vez promovieron la filosofía de Walker de “limpias y amorosas” como lema para hacer avanzar en cuanto a status a las afro-americanas. Como innovadora, ella organizó clubes y convenciones para sus representantes, los cuales fueron reconocidos no sólo como exitosos vendedores sino también por sus esfuerzos educacionales entre los afro-americanos, para cuyas escuelas donó miles de dólares.

No obstante, fue criticada por muchos, que la acusaban de querer cambiar con su “método de estiramiento del cabello” el aspecto que Dios había dado a la mujer negra. Sufrió incontables sinsabores en una sociedad donde la mujer estaba confinada a las labores domésticas y carecía casi por completo de derechos civiles. Pero Sarah siguió adelante con su empresa.


Su estrategia de negocio y filosofía inspiró a incontables personas. Pero sobretodo, venció a una sociedad donde ser negro, pobre, mujer y con poca educación era estar condenado a llevar una vida miserable.
Murió el 25 de mayo de 1919 en New York. En el momento de su muerte su negocio estaba valorado en más de un millón de dólares. Su fortuna personal era de entre $600,000 y $700,000. Le dejó la tercera parte de su herencia a su hija, la cual se hizo muy conocida por su apoyo al llamado Renacimiento de Harlem.



                                          Su hija, A. Lelya (foto tomada de internet)






“Historia de la casita de Alexander”

                                       “Historia de la casita de Alexander”

Por: Taimí Antigua Lorenzo

Esta es la historia de un niño que tiene fuerza destructora de huracán.
Su mamá se pasó todo el lunes haciéndole una casita de madera para que metiera sus muñequitos, pasó tremendo trabajo pegando las maderitas e inventando para que la casita quedara firme.
La mamá tuvo que pensar mucho en cómo colocar las maderitas para que la casita quedara fuerte y no se cayera. El pegamento para madera era especial y todo parecía indicar que la casita había quedado como a prueba de huracanes.
Pudo haber hecho un buen diseño, pero no tenía cerca a sus amigos arquitectos Raulito Parra ni Ernesto Gomila, entonces se las tuvo que arreglar sola para inventarla.
Dejó secar bien la casita la noche del lunes y el martes al amanecer se la dio a Alexander para que la disfrutara.

8:30 a.m.: Alex le arrancó tres maderitas del balcón de un viaje. La mamá abrió los ojos.

8:45 a.m.: Ya le faltaba un balcón completo.

9:00 a.m.: La casita había perdido todo un costado y las dos columnas que aguantaban el segundo piso.

9:30 a.m.: Quedaba la mitad de la casita.

10:00 a.m.: Alexander despegó un dado de plástico que la mamá había puesto junto a otros 3 como decoración arriba de la casita. La mamá corrió a quitárselo antes de que se lo tragara.

10:15 a.m.: Quedaban las bases de la casita por un costado.

10:20 a.m.: Sólo quedaba la tabla donde la mamá había construido la casita.
Ahora tengo todas las maderitas guardadas hasta que me entren ganas de inventar otra casita. Quizá las bote porque no creo que pueda despegar las piezas que quedaron sin despegar. Pero me pregunto cómo fue posible que lo hiciera cuando a mí me costó trabajo despegar dos maderitas. Sólo se salvaron las que estaban pegadas al cartón haciendo de techo al segundo piso. Se aceptan sugerencias para la próxima.  Cualquier semejanza con las viviendas de bajo costo que inventaron en Cuba es pura coincidencia. ¡Demasiada influencia de construir con materiales de bajo costo en Cuba tras los ciclones!
 

"¿Quién dice que se acabaron las chaperonas?"



¿Quién dice que se acabaron las chaperonas?
Por:Taimí Antigua Lorenzo
Para quienes como yo pensaban que las chaperonas eran cosa del pasado les digo que NO. Recientemente encontré en sitio web de empleos una oferta de trabajo como “chaperona” en un hospital de St. Catharines, Ontario, y no pude menos que echarme a reír, aunque a la vez me sorprendí de que hubiese una ocupación de ese tipo en pleno siglo XXI. Y es que en Cuba le llamábamos chaperona a cualquier persona que "sapiara" a una parejita de novios.


Pero, desde luego que está bien empleada la palabra porque, fijándome en las responsabilidades de esta plaza de trabajo, coincidía perfectamente con el significado de la misma. Su principal función es actuar de testigo en exámenes físicos que involucren a médicos y pacientes de diferente sexo.


Desde tiempos antiguos se ha usado la palabra “chaperón o chaperona” para nombrar a la persona que acompañaba a una pareja de novios a fin de evitar que llegaran a cometer un “exceso erótico”. Por ello una chaperona resultaba alguien indeseable. Poner una chaperona a cuidar los enamorados fue una costumbre occidental que duró hasta más de la mitad del siglo XX en muchísimos países, incluida Cuba.


La chaperona era típicamente “la tercera parte” en cualquier salón de parejas jóvenes a fin de que no ocurriera ningún comportamiento inapropiado. Casi siempre una tía vieja o una madre celosa o muy cuidadosa de la “virtud” de su hija.
La palabra deriva figurativamente del francés chaperon, que significa "capucha", una especie de sombrero. A su vez, esto viene derivado del arte de la cetrería, donde a las aves de presa -como los halcones- se les ponía una capucha sobre la cabeza para evitar el deseo de salir volando.

                                           Tocado chaperón

Además, en el mundo de la biología existen las llamadas “proteínas chaperonas” que son un conjunto de proteínas presentes en todas las células, muchas de las cuales son de choque térmico, y que tienen la función de ayudar al plegamiento de otras recién formadas en la síntesis de proteínas.
Proteína chaperona
                                     
También en los últimos años la palabra ha cobrado un nuevo significado: para nombrar a aquellas personas que dirigen “tours” en determinadas áreas.
Los dejo ahora y espero que ninguno de ustedes se tenga que ir a “chaperonear” a nadie.