"Martí, poesía siempre"
Por: Taimí Antigua (Este trabajo lo publiqué cuando trabajaba en la AIN, Agencia Cubana de Noticias, La Habana, Cuba,2006)Fotos de Internet
De nuestro héroe nacional, José Martí, se ha hablado y escrito mucho, pero nunca lo suficiente como para abarcar su fecunda obra revolucionaria y literaria.
Pero quisiera referirme en este trabajo al hecho de que no todo el mundo se da cuenta que Martí, de adulto, apenas vivió en Cuba. Nació en La Habana, pasó aquí su infancia y adolescencia hasta los 16 años cuando fue preso acusado por delito político, e ingresó a presidio para sufrir los más duros trabajos en las canteras de San Lázaro, con
grillete y cadena.
Después de un año de presidio, su pena fue conmutada por el exilio. Salió para España siendo casi un niño en edad, aunque casi todo un hombre en saber.
De adulto, pocos los conocieron en Cuba, pero quienes sí pudieron tratarlo más fueron los patriotas cubanos que emigraron a Nueva York, tales como las hermanas Matilde y Amalia Simoni (viuda de Ignacio Agramante) y sus hijos, Carmen Miyares y Manuel Mantilla, entre otros.
En esa ciudad creó su estudio, trabajó para varias publicaciones, conspiró para la independencia cubana y vivió de forma regular, con la interrupción de cortas estadías en Centro América y Venezuela, tal como explica la francesa Blanche Zacharie de Baralt en su libro El Martí que yo conocí, libro que resulta curioso además por múltiples anécdotas sobre los avatares del Martí patriota, escritor, orador y amigo de artistas y de cubanos emigrados, tanto ricos como pobres, lo mismo negros, mulatos que blancos.
Blanche lo conoció en 1884 durante una soireé musical en Nueva York cuando apenas tenía 18 años. Esta se convirtió poco después en la esposa de Luis A. Baralt y Peoli, médico, poeta, profesor y patriota cubano, cuya hermana, Adelaida Baralt ayudó a Martí a publicar la novela por entregas Funesta Amistad, la cual fue publicada en el periódico neoyorkino El Latino Americano, bajo el seudónimo de Adelaida Ral.
Como Martí hacía versos con una facilidad pasmosa y sentía que la obra, por haber sido escrita tan a prisa, no tenía mucha calidad, cuando recibe el pago por la misma, le envía parte del importe a su amiga con una graciosa nota donde escribió tres cuartetos, aquí les muestro el primero:
De una novela sin arte
la comisión ahí le envío
bien haya el pecado mío
ya que a usted le toca parte.
Y es que era costumbre suya acompañar sus cartas o esquelas con versos para darles una noticia o agradecerles un insignificante favor.
En otra ocasión Adelaida dejó, al parecer olvidada, su bolsa en la pensión de Carmen Miyares (donde residió mucho tiempo) y se la mandó con esta graciosa notica:
Sin violación de secretos
devuelvo el portamonedas
rogándole a Dios que pueda
verlo de amor y de greenbacks repleto.
También a Adelita, una de las hijas de Blanche Zacharie de Baralt, le envió un obsequio por las Pascuas. Se trataba de una pequeña tacita de Dresde, acompañada de estos versos:
El enanito de arriba
trajo a Adela esta mañana
esta -----------porcelana
a la porcelana viva.
No queriendo escribir la palabra "linda" para calificar su regalo, puso una rayita por pura y exquisita modestia.
Entre las otras familias muy visitadas por nuestro héroe, estaban la de su viejo amigo Fermín Valdés Domínguez, los esposos Carrillo, los Peoli, los Miranda, la de Gonzalo de Quesada (quien póstumamente coleccionó su obra), y la de Benjamín Guerra -tesorero de la Junta Revolucionaria en Nueva York-, quien fue a verlo un día que estaba enfermo en compañía de sus hijas, la mayor, Ubaldina, y la menor, Panchita.
Las pequeñas llevaron a Martí dos mazos de claveles rojos, que poco después le sugirieron estos versos:
Pinta mi amigo el pintor
Sus angelones dorados
En nubes arrodillados
Con soles alrededor.
Pínteme con sus pinceles
Dos angelitos medrosos
Que me trajeron piadosos
Sus dos ramos de claveles.
Como casi todas las hijas de emigrantes cubanos, Ubaldina conocía bien Los zapaticos de rosa y un día en que Martí la sentó en sus rodillas se los recitó de memoria.
Al día siguiente, para demostrar su complacencia, le mandó de regalo un quitrín cubano (de juguete) y dentro una muñequita con zapatos rosados, y estos versos que parafrasean su famoso poema:
A Ubaldina la hechicera
le manda por generosa
esta memoria ligera,
Pilar, la niña sincera
de los zapatos de rosa.
Y ya que el sol da calor,
si en un jardín hay dos flores,
por igual a cada flor,
le va a Panchita un señor
con su carrito de flores.
Hay otra anécdota que cuentan quienes lo conocieron que hasta después de muerto fue útil a sus amigos. Su poesía ayudó a María Luisa Sánchez de Ferrara,-una mujer estadounidense, pero hija de cubanos-, para que pudiera ejercer su derecho al voto en Cuba, país a donde había regresado con toda su familia al finalizar la guerra.
Su esposo, el abogado Orestes Ferrara (quien aunque italiano, vivió gran parte de su vida en Cuba y fue coronel en las guerras de independencia), llevó ante los abogados un álbum de autógrafos donde en Tampa en 1891 Martí le había escrito los siguientes versos:
A MARÍA LUISA SÁNCHEZ
No hay en la bárbara guerra
del mundo más que un consuelo
las estrellas en el cielo
y las niñas en la tierra.
No hay rival de la mañana
con su luz pálida y pura
mas sí hay rival, tu ternura
pálida niña cubana.
Yo diré, mi niña esbelta,
allá en mi hogar de martirio,
que he visto en Ibor un lirio
con la cabellera suelta.
Después que los abogados los leyeron, no pudieron poner en tela de juicio la cubanía de la demandante y le permitieron votar.
Pues así fue Martí, que llenó de poesía no sólo su obra literaria, sino también sus relaciones con amigos y con todos aquellos que le tocaban las fibras del alma.
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