“Crónica de una tarde en mi patio”
Por: Taimí Antigua Lorenzo
Esperaba la llegada de la primavera con mucha ilusión. A fin de cuentas estaba en Canadá y ya podía disfrutar de las cuatro estaciones del año.
Mis primeros años los pasé viviendo en apartamentos, pero finalmente ya tenía mi casita, con jardín y patio. ¡Qué maravilla!
Era marzo y aún quedaba algo de nieve en los alrededores, pero aquel domingo las temperaturas habían subido hasta los 21 grados. Deseaba mucho sacar a mi hijo pequeño a jugar en la canal que los dueños anteriores habían dejado instalada en el patio. Mi esposo y mi niño salieron conmigo. Mientras ellos correteaban, yo empecé a recoger ramas secas y luego me puse a apilar hojas.
4:00 P.M.
Contemplé el enorme patio donde crecían majestuosamente dos pinos, varios arces, tres matas de rosas y había una hermosa glorieta de madera -o gazebo-, como le llaman aquí. Eché una rápida mirada y comencé a imaginar la mejor manera de arreglar nuestro patio.
-¡Qué hermosa tarde!, le comenté a mi esposo mientras las primeras gotas de sudor comenzaron a bajar por mis sienes.
- Sí, hay un sol precioso, han salido las ardillas a jugar.
- ¡Y hasta tenemos dos liebres en el patio, qué lindas!, grité sorprendida mientras las liebres corrían a esconderse en la cerca de cedros que dividía ambos patios por el lado derecho.
Deben ser del vecino que tiene un huerto en su patio, dijo mi esposo.
Enseguida pensé: “Si esto fuera en Cuba ya habría alguien tratando de atrapar las liebres para meterlas en el horno”.
-Tenemos que hacer un sitio de compost, como el de nuestro vecino, le dije.
-Sí, son demasiadas las ramas y hojas a botar. Necesitaríamos veinte sacos para empacarlas ahora, y unos cuarenta más cuando llegue el otoño.
-En la esquina del patio, a la izquierda, podemos hacer uno. Solamente necesitaríamos una cerca y cuatro listones de madera.
-Cuida al niño que voy a seguir recogiendo ramas.
5:00 P.M.
-Mira, estoy pensando que aquí en el centro del patio podemos hacer un lecho de flores y podría transplantar la que tengo en la maceta en el sótano de la casa. O mejor: podemos hacer un estanque para carpas chinas. ¿Qué te parece?
-Me parece bien, aquí venden unas pequeñas lagunas decorativas ya listas para instalar en los jardines. No sería caro. Bueno, pensándolo bien, necesitaríamos también cemento, algunas herramientas y una bomba de agua.
De repente muchas ideas siguieron llegando a mi cabeza y le sugerí: alrededor de la terraza me gustaría poner algunas macetas grandes, verdes, de esas grandotas de cerámica esmaltada que venden en Home Depot. ¡No, y delante de la casa también, en verde para que combinen con el tejado metálico verde!
A mi esposo parece que esto último no le gustó mucho pues ni me respondió.
El niño se había caído de la canal y estaba lleno de tierra mojada. El cambio de temperatura le había sacado los mocos. Mi esposo le limpió la cara con una servilleta y me dijo que en media hora debíamos entrar. Estaba empezando a oscurecer.
-¡Entren ustedes!, yo quiero recoger todas las hojas hoy. Fui al garaje y saqué unos cinco sacos de cartón. Empecé a llenarlos con la ayuda de un escobillón plástico.
Seguí rastrillando hojas y recogiendo ramas. Miré para el gazebo y enseguida recordé dos casitas para pajaritos que tenía guardadas. Las busqué y las puse.
Al pasar por unos arbustos secos decidí empezar a podarlos y fui a buscar un cuchillo de usar en el barbecue como machete. Aguantando las ramas me encajé unas espinitas en una mano, pero seguí en lo que estaba sin descanso hasta dejar esos matojos casi a ras del suelo.
5:30 P.M.
-¡Oh, qué belleza la primavera en este país! Esto es paradisíaco; aquí se ven los cambios de estación, cantan los pajaritos, llegan los patos a la ciudad, juguetean las ardillas en las paredes de la casa del vecino, salen las arañas a tejer sus nidos en dondequiera. Esto es bello, bello, bello. ¡Ay, si mi familia viera esto! ¡Cómo hay florecitas violetas saliendo de los bulbos!, me decía para mis adentros mientras aspiraba el aire fresco de la tarde.
En ese momento recordé una gran telaraña que colgaba en la parte exterior de la ventana de la cocina; fui con una escoba y la tumbé. A la araña - que estaba bien grande - la maté a escobazos.
Cuando regresé al patio el viento había dispersado las hojas de los tres montones donde las había estado apilando. Volví a recogerlas. Las manos me empezaron a doler un poco.
-Deberías rastrillar un poco de hojas, le dije a mi esposo.
-¡Qué va! Yo no tengo vocación de agrónomo, por eso estudié electrónica. El patio y el jardín son tuyos mi amorcito.
Miré de reojo los montones de hojas, y recordé el primer mes cuando recién mudados tuve que ocuparme de arreglar el jardín, recoger todos los palos y ramas secas que los dueños anteriores habían dejado regados por todos lados. Recordé los veinticuatro sacos que llené, y que luego mi esposo y mi hijo mayor llevaron al sitio de compost de la ciudad.
Por eso hay varios troncos de árboles de arce cortados en su base. Al parecer, los dueños anteriores no podían ocuparse de tantas hojas, eran como diez arces que en otoño generaban unos quince sacos por lo menos cada uno. Saqué mis cuentas y pensé en lo mucho que esa familia debió haber trabajado en entre el patio y el jardín.
Casi se me había olvidado todo el esfuerzo que había hecho en el otoño anterior poniendo rocas para perfilar los bordes de los canteros de las plantas del jardín delantero. Los recuerdos volvían. Los sacos de maderitas picadas para luego decorarlos. Sí, mi esposo fue y los compró, pero fui yo quien los arrastró y puso las maderitas decorativas, recordaba.
Ya llevaba varias horas en el patio trabajando. Me había torcido el pie derecho al pisar una rama muy gruesa disimulada bajo las hojas. Me había pinchado con las espinas de las matas de rosas, y había cogido un buen dolor en la espalda.
No obstante, seguí recogiendo hojas y ramas.
6:00 P.M.
Mi esposo y el niño entraron a la casa. La temperatura empezó a bajar ligeramente. Fui hasta la cerca del fondo a recoger algunos vasos y platos plásticos que habían tirado desde el otro lado. O no, a lo mejor fueron traídos por el viento desde el McDonald que está en nuestra calle, pensé, porque aquí la gente es muy educada y nadie tira basura en las calles.
Empezaba a oscurecer, estaba toda sudada y dos pequeñas ampollas habían brotado en mi mano derecha, la izquierda estaba enrojecida. Tres ardillas estaban retozando sobre los montones de hojas. Lo estaban regando todo. ¡Yo sudando y ellas gozando!
Mis tenis estaban llenos de fango, tenía frío, el tobillo derecho se me había hinchado, me empecé a sentir el cansancio y quería entrar para sacarme enseguida las espinas que me había encajado en las manos.
Miré a mi alrededor y pensé: “Mira cubanita, mejor contratas a un paisajista cuando tengas dinero y que se fastidie otro”. ¡Qué patio canadiense, ni primavera, ni peces de colores!
Sra. Taimi, tiene usted un blog fantástico y muy interesante. Este arículo me ha parecido muy útil y de buen humor.
ResponderEliminarNo siempre podemos tenerlo todo como nos gusta, en particular si requieren más esfuerzo del que podemos dar.
En todo caso reserve energías para el otoño. Yo no tengo patio ni jardín pero el suyo me ha parecido encantador.
Pasare a leerle con más detenimiento, saludos.