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martes, 1 de enero de 2013

"The Old Man Winter is Here Again"

                                          
"The Old Man Winter is Here Again"
Por: Taimí Antigua Lorenzo


                                                                   (frente a mi casa)

Este invierno está siendo particularmente crudo en Ontario. Desde el 1ro  de diciembre de 2012 la nieve comenzó a caer en Brockville, la ciudad donde vivo.
Hemos tenido que limpiar el driveway varias veces para poder sacar el carro.
A veces cuando veo a mi esposo con la pala recuerdo aquel cuento tan cómico del gran humorista cubano Guillermo Álvarez Guedes. Aunque últimamente anda circulando otra versión con la historia de un argentino que se mudó a Toronto, igualmente para morirse de la risa.

Aquí les dejo la versión de Álvarez Guedes:

Diario de un cubano (o el RENO DE PENNSYLVANIA)

Agosto 12: Hoy me mudé a mi nueva casa en el estado de Pennsylvania. ¡Que paz! Todo es tan bonito aquí. Las montañas son tan majestuosas. Casi que no puedo esperar para verlas cubiertas de nieve. ¡Qué bueno haber dejado atrás el calor, la humedad, el tráfico, los huracanes y el cubaneo de Miami!¡Esto sí que es vida!

Octubre 14: Pennsylvania es el lugar más bonito que he visto en mi vida. Las hojas han pasado por todos los tonos de color entre rojo y naranja. Que bueno tener las cuatro estaciones. Salí a pasear por los bosques y por primera vez  ví un ciervo. Son tan ágiles, tan elegantes, es uno de los animales más vistosos que jamás he visto. Esto tiene que ser el paraíso. Espero que nieve pronto. Esto sí es vida.

Noviembre 11: Pronto comenzará la temporada de caza de ciervos. No me puedo imaginar a nadie que quiera matar una de esas criaturas de Dios. Ya llegó el invierno. Espero que nieve pronto. Esto sí es vida.

Diciembre 2: Anoche nevó. Me desperté y encontré todo cubierto de una capa blanca. Parece una postal . . . una película. Salí a quitar la nieve de los escalones y a dar pala en la entrada. Me restregué en ella y luego tuve una pelea de bolas de nieve con los vecinos (yo gané) y cuando la quitanieves pasó, tuve que volver a dar pala. ¡Qué bonita nieve! Parecen motitas de algodón esparcidas por todos lados. ¡Qué lugar tan bonito! Pennsylvania sí que es vida.

Diciembre 12: Anoche volvió a nevar. Me encanta. La quitanieves me volvió a ensuciar la entrada, pero bueno... que le vamos a hacer, de todas maneras, esto sí es vida.
Diciembre 19: Anoche nevó otra vez. No pude limpiar la entrada por completo porque antes que acabara, ya había pasado la quitanieves, así que hoy no pude ir al trabajo. Estoy un poco cansado de dar pala en esa nieve. ¡Cabrona quitanieves! ¡Qué vida!
Diciembre 22: Anoche volvió a caer nieve, o mejor dicho: mierda blanca. Tengo las manos hechas mierda y llenas de callos de la pala. Creo que la quitanieves me vigila desde la esquina y espera a que acabe con la pala para pasar. ¡Puta madre que la parió!
Diciembre 25: Felices Navidades blancas, pero blancas de verdad, porque están llenas de mierda blanca. ¡Coño !... ¡Carajo ! Si cojo al hijo de la gran puta que maneja la quitanieves, te juro que lo mato. ¿No entiendo porque no usan más sal en las calles para que se derrita más rápido este carbón hielo de mierda?
Diciembre 27: Anoche todavía cayó más mierda blanca de esa. Ya llevo tres días encerrado. Salgo nada más cuando tengo que dar pala en la nieve después de que pasa la quitanieves. No puedo ir a ningún lugar. El carro esta enterrado bajo una montaña de nieve negra. El noticiero dice que esta noche van a caer 10 pulgadas más de nieve. No me lo puedo creer.
Diciembre 28: El comemierda del noticiero se equivocó otra vez. No cayeron 10 pulgadas de nieve... cayeron ¡34 pulgadas más de esa mierda! . . . ¡Me cago en su madre! Como sigamos así, la nieve no se derretirá ni para el verano. Ahora resulta que la quitanieves se rompió cerca de aquí y el hijo de puta del chofer vino a pedirme una pala. ¡Que descarado! Le dije que se me habían roto 6 palas limpiando la mierda que el me había estado dejando a diario. Así que le rompí la pala en la cabeza. Se lo merecía. ¡Comemierda!
Enero 4: Al fin hoy pude salir de la casa. Fui a buscar comida y un ciervo de mierda se metió delante del carro y lo maté. ¡Carajo ! El arreglo del carro me va a salir como en tres mil dólares. Estos animales de mierda debían ser envenenados. ¡Ojalá los cazadores hubieran acabado con ellos el año pasado! La temporada de caza debería durar el año entero.

Marzo 15: Me resbalé en el hielo que todavía hay en esta puta ciudad y me partí una pierna. Anoche soñé que sembraba una palma real.

Mayo 3: Cuando me quitaron el yeso, llevé el carro al mecánico. Me dijo que estaba todo oxidado por debajo por culpa de la sal de mierda que echaron en la calle. ¿A quién coño se le ocurre? ¿Es que no hay otra forma de derretir el hielo?
Mayo 10: Me mudé otra vez para Miami. ¡Esto sí es vida! ¡Qué delicia! Calor, humedad, tráfico, huracanes y cubaneo. La verdad es que cualquiera que se le ocurra vivir en ese Pennsylvania de mierda tan solitario y frío es un comemierda y tiene que estar, no solo cagalitroso, sino loco para el carajo.
¡Esto sí que es vida!
(foto tomada de internet)

martes, 13 de noviembre de 2012

"Margaritas en noviembre"


"Margaritas en noviembre"

Por: Taimí Antigua Lorenzo

Mis últimas flores habían sido de unas maticas de marygolds que logré plantando semillas en la primavera.Casi todas crecieron fuertes y me llenaron el patio con sus colores amarillo y naranja. Era un placer mirarlas, pero llegó el otoño.  Esperaba de un momento a otro ver morir congeladas todas mis plantas y sus flores desde que comenzó a bajar la temperatura en octubre. Para sorpresa mía, el dos de noviembre comenzaron a abrirse los botones de dos matas de margaritas que había plantado "fuera de estación" pues era ya finales de  agosto.No era tiempo de plantar nada.
Cuando miré por los cristales del comedor, pensé que el viento había llevado hasta mi patio papeles blancos arrugados. Así era como lucían las pequeñas flores. Pero no supe bien de qué se trataba hasta que salí al patio. No podía creer que con -2 grados Celsius se mantuviera abierta flor alguna.
Estuvieron así  durante más de una semana, hasta que el pasado viernes salí y las corté. "Mejor que mueran calentitas dentro  de mi casa que aquí congeladas", me dije. Con mucho cariño las puse en un pequeño búcaro de cristal sobre la mesa del comedor. Aún una semana después de cortadas, siguen abiertas.
Por eso a veces pienso que mi mejor amiga, Margarita Carmona - quien murió hace año y medio- me envía señales. Su muerte me sorprendió el 14 de febrero de 2011, y aún me parece que es mentira. Como fue cremada y  sus cenizas esparcidas, siento que trata de comunicarse conmigo. Nos despedimos en La Habana en junio de 2007 y ¿quién diría que nunca más no nos volveríamos a encontrar? İ Nos faltaron tantas cosas por decirnos, tantas cosas por ver juntas!
Es así: Margarita, mi alegre y simpática amiga, me habla de muchas maneras, me acompaña.Todos sus consejos siempre vienen a mi mente, en el momento menos pensado.

El próximo 8 de diciembre hubiera sido otro cumpleaños más para ella, y aunque físicamente no esté en este planeta, sé que su espíritu de mujer bondadosa y feliz sigue deambulando entre París, La Habana, Chile y Canadá.
Por eso amiga mía, estas margaritas de noviembre son tuyas: "Eres tú que siempre vives y te multiplicas en cada flor".

miércoles, 24 de octubre de 2012

“Skilled worker serás tú”

                                     “Skilled worker serás tú


Por: Taimí Antigua Lorenzo

Hacía dos meses que había llegado a Canadá junto a mi esposo a través del programa de Inmigración Independiente "Skilled Workers". Andaba buscando empleo de cualquier tipo y no encontraba nada. Mi esposo había logrado un trabajo, y aunque no se trataba de algo profesional, él decía que era un buen comienzo. Mi corazón había comenzado a llenarse de pena y preocupación.

İTenía tantas ilusiones antes de emigrar! Ya me estaba empezando a sentir mal en la tierra donde los árboles dan miel, cuando vi el anuncio aquel para trabajar en “Star Mail y se me iluminó el rostro.

Eso seguro que era una oficina de correos. No debía ser difícil trabajar en un lugar así, pensé. Sobretodo, no haría falta hablar mucho inglés. ¡Cómo no se me había ocurrido antes! İAdiós a las clases de inglés! Sólo aprendía a escribir un poco, pero para hablar, lo que se dice “HABLAR, no me estaban sirviendo de mucho.

Miré el mapa en el Google, cogí la mochila y una botella de agua. Tras dos cambios de autobús y de cruzar una línea férrea que travesaba una carretera sin aceras, no me fue difícil vislumbrar aquel almacén. No tuve problemas para explicar que quería la posición anunciada. Sólo tuve que llenar una planilla y me dijeron que podía empezar al día siguiente. El trabajo sería únicamente tres días a la semana, pero encantada acepté su oferta. De no tener nada, aquello sería un buen comienzo. Aunque no trabajaría en una oficina de correos vistiendo un uniforme, sería, por lo visto, una ocupación estable.

Feliz por haber logrado mi primer empleo en Canadá, al día siguiente salí temprano con otra botella de agua y una hamburguesa en la mochila.

Aquel almacén olía a basura y a curry. Una hispana con cuerpo de boxeador nos dio las indicaciones de cómo empacar los flyers. Por un lado tenía a un viejo que olía a ron, y por el otro, una pirámide de periódicos. Nada indicaba que aquello fuera demasiado engorroso, sino todo lo contrario. Tenía que estar parada frente a una mesa de madera cruda y meter en un nylon los flyers doblados en un orden determinado. Luego con una tablita aplastaba el paquete para alisarlo. İY para el saco!

-¿Cuántos sacos debo llenar en cada jornada?, le pregunté de lo más inocente a “la jefa.

- Estás atrasada, me respondió sin mirarme.

- ¿Pero la norma diaria es de … ? 

No pude terminar la pregunta porque se volvió hacia mí con una mirada que nada tenía que ver con el amor entre personas de la misma raza o cultura. Mirándome fijamente y clavándome unos ojos amarillentos me dijo lo mismo: “estás atrasada, eres la más lenta.

Seguí trabajando al mejor ritmo que pude. Mis uñas arregladas al estilo francés comenzaron a quebrarse. Con los dientes  me las fui cortando para que no quedaran colgadas por las esquinas.

Como a las cuatro horas, noté que la epidermis de mis deditos acostumbrados a teclear frente a una computadora empezó a desaparecer. Estaban en carne viva, muy rosados, casi rojos.

Una hispana que trabajaba en la mesa de en frente, me dijo:

-¿No traíste una esponjita con agua?

-No, ¿por qué?

-¿No sabes que la tinta de estos periódicos es venenosa? 
 İOh oh! İLa situación se empezó a poner mala! Ya me habían explicado mil veces en Cuba que el capitalismo era un sistema despiadado. Nada bueno podía salir de de este trabajito donde no requerían de ninguna certificación.

Cuando ya no podía del dolor en las rodillas, sonó una especie de timbre y todo el mundo paró. Salimos a un patio donde había varias mesas de madera con bancos. Saqué mi hamburguesa y pensé que aquello que había pensado minutos atrás había sido una idea desafortunada. İQué iba a ser malo el capitalismo con unas hamburguesas así! İNo, señor!

Las hispanas se sentaron juntas a comer y hablar de sus asuntos. Luego las escuché decir que: “total, si el trabajo en las farms era peor”. Yo las observada de reojo y me preguntaba si podría existir realmente algo más duro que empacar flyers. A los quince minutos sonó nuevamente el timbre. İA trabajar!

Por ser lunes el trabajo era de 12:00 P.M. a 8:00 P.M. Había perdido la cuenta de cuántas bolsas había ya rellenado de flyers y tirado en el cajón del centro del almacén. Cada vez que tiraba una bolsa, pasaba por una mesa y marcaba una rayita junto a mi nombre.

De pronto aquellas mujeres de la mesa de enfrente comenzaron a hablar de no sé qué misa a donde habían asistido el domingo anterior. Y yo con la boca cerrada, que de religión no sabía casi nada. Para eso Fidel Castro nos había adoctrinado desde chiquitos con aquel lema de: "Pioneros por el comunismo, seremos como el Ché". Así que mejor no hablaba y seguía apurándome empacando los dichosos flyers. Yo había decidido no ser como el Ché, y quería ganarme la vida, para eso me había ido, ¿o no? Pues ni las escuches y sigue en lo tuyo, pensé.

Al rato, aquellas mujeres musculosas empezaron a hablar de un recién concluido concurso de belleza en la ciudad. Al parecer, un concurso organizado por hispanos que se realizó poco antes de que yo hubiera llegado a la ciudad. No paraban de criticar a las ganadoras: que si la mayoría de las concursantes eran feas, que si hasta habían participado dos rumanas, una árabe y una rusa. Yo oía sin decir palabra. Trabajaban como máquinas y hasta hacían chistes que me dibujaban una sonrisa de vez en cuando.

Pero el buen efecto de sus chistes me duró poco. Tenía pensado salir a las 10:00 P.M. y así disponer de quince minutos para llegar a la calle donde pasaba mi autobús a las 10:25 P.M. Era el último de aquella ruta cada noche. Llegar a mi casa caminando casi imposible; diría que impensable en aquel, mi primer otoño canadiense. Si ese era el otoño, ¡pobre de mí cuando llegara el invierno!

La voz de aquella mujer sonó estridente en el almacén. Con mi inglés “de palo” entendí que la jornada se alargaría hasta que se terminaran de empacar las pilas de flyers amontonados en el suelo: los de Zellers, de SEARS, de Food Basics, y así todos los de las tiendas locales.

Se me hizo un nudo en la garganta y seguí empacando. Terminamos a las 11:30 P.M. aquella jornada. Por suerte, afuera estaba mi esposo en el carro de un amigo esperándome. Por aquellos días no teníamos automóvil aún. Regresé extenuada. Tras darme un baño, caí rendida en el colchón que teníamos por cama hasta las 5:30 A.M. cuando sonó el reloj.

Otra jornada, estaba más muerta que viva, pero para eso había venido a Canadá: a trabajar por un futuro mejor. Así que levanté mi ánimo y mi trasero de la cama. Me puse mis botas altas con punta de acero. Tras un elemental desayuno, salí nuevamente a enfrentarme al “capitalismo cruel y brutal” que me habían descrito, con absoluto desprecio, en las clases de Economía Política en mi lejana isla de Cuba.

De nuevo el mal olor del almacén, de nuevo aquellas mujeres hablando pestes de otras hispanas, de nuevo las astillas de madera acabando con mis manos sólo acostumbradas al trabajo de oficina, de nuevo el cansancio, de nuevo el pensar sobre el origen del capital y la plusvalía, de nuevo pensar en el proletariado mundial, en Lenin, en Marx y en Engels. “Que si la plusvalía es la parte del trabajo que el capitalista no le paga al obrero y...bla bla bla…”.

¡Oh Canadá!, el himno de mi nuevo país me venía a la mente. Aguantaba el cansancio y llenaba sacos de lona. Los arrastraba mientras pensaba “Skilled Workers, Skilled Workers”. Hasta que la jefa vociferó:

-Today until 9:00 P.M.!

Eran las once de la mañana y el dolor en las piernas me estaba matando. Tenía los dedos engarrotados y por la esquinas las uñas dejan ver hilillos finos de sangre seca.

Caminé hasta la mesa del libro de apuntes. Miré a la jefa del almacén “Star Mail”, y le dije lo que me pareció bien sin pensarlo mucho:

-Sorry, I am not ready for this job. So, I quit.

-OK, fue toda su respuesta.

-When can I receive my payment?, atiné a preguntar pensando en que algo de dinero debía haberle tumbado al capitalismo.

-Come back next Thursday in the morning.

Caminé despacio las cinco cuadras que me separaban de la parada. Llegué temprano al apartamento, sólo quería dormir. En la entrada del edificio quedaba un paquete de flyers de la semana anterior; pasé por su lado y  arrugué mi nariz  haciendo una mueca.

- Eh!, ¿y eso que llegaste tan tempranito hoy?, me preguntó mi esposo cuando llegó del trabajo.

Lo miré y le dije: ¿Skilled Workers, no? İSkilled Worker serás tú!


"La experiencia canadiense"

                               "La experiencia canadiense"

 

 

Sí, seguro que usted también pasó por lo mismo, o por algo parecido.
Llegué dispuesta a hacer cualquier trabajo. No pensé nunca que ese “cualquier trabajo” podía no aparecer nunca. No bastaba con mi disposición, el problema era cómo acceder.

Había cambiado mi Resume varias veces. Si quería trabajar en un restaurante, borraba que tenía un título universitario y añadía que había trabajado en un restaurante en La Habana. Si quería trabajar en una fábrica, tenía listo otro Resume donde mi experiencia de trabajo había sido como empacadora en la fábrica de helados Coppelia en Cuba. Si quería un empleo en una tienda, mi Resume sólo mostraba que yo había terminado el grado 12 y que tenía experiencia como vendedora de una tienda en mi país de origen. ¡Era una locura! Lo mismo si decía la verdad, que si la modificaba. Nada aparecía.
Buscar trabajo es en sí mismo un trabajo. Pero aquí se le vuelve un problema a cualquiera pues es como la vieja historia de quién fue primero: ¿la gallina o el huevo? Me exigían tener la dichosa “experiencia canadiense”. Pero, ¿Cómo iba a tenerla si nadie me empleaba?

Hasta que un día leí en el periódico local sobre un Centro de Empleo para atender a inmigrantes profesionales. Concerté una cita y allá fui dispuesta y feliz. Coincidentemente era el día de mi cumpleaños 38 y pensé que sería un día “fasti”, como decían los romanos. Pero la alegría no me duró mucho.

La trabajadora que me atendió era una hispana muy atenta. Su posición allí era como Consejera de Empleo. Ya pasaba por canadiense de tantos años que llevaba viviendo en Canadá: pelo rubio con iluminaciones y un inglés impecable, además de un aceptable francés. De manera discreta me pidió que en frente de otros empleados sólo le hablara en inglés.

Me dio a llenar varias planillas y me explicó algunas opciones de trabajo que se adecuaban a mi perfil profesional. Además, me dijo cómo debía hacer para lograr que mi diploma universitario me fuera reconocido en Ontario.

Pasaron los días y no me llamaba. Cuatro meses después de aquel encuentro, un hispano que iba conmigo a la escuela de inglés me dijo que la Consejera de Empleo me mandaba saludos. Como a los quinces días me envió un e-mail citándome. En aquel segundo encuentro me llenó la cabeza de ilusiones.

Entendí que mi trabajo tenía que conseguirlo por mis propios esfuerzos. Mientras tanto, seguí yendo a la escuelita de inglés, sabía que mi mejor instrumento para avanzar en mi patria adoptiva era hablar bien el idioma: “o lo dominas bien, o no te insertas, me repetía a mí misma constantemente.

La Consejera de Empleo me tuvo digamos que “entretenida” por varios meses. Una vez al mes me llamaba, analizaba papeles y más papeles conmigo, sitios web del área  y otros del gobierno. Algo me decía en mi interior que aquello era pura pérdida de tiempo.

Comencé a pensar que Canadá era el país de los papeles. Me daban papeles de todo tipo en todos los lugares; mi buzón siempre estaba lleno de anuncios, por la rendija de la puerta del apartamento me ponían papeles del administrador del edificio, de flyers de las tiendas, en fin. İ Cómo se nota que hay árboles para hacer papel aquí! 

Una mañana en lugar de ir a la escuela, entré a una agencia empleadora donde me atendieron muy bien. A los dos días me llamaron para que me presentara en una fábrica a trabajar. Ni pregunté en qué consistía el trabajo. Aquel día cargué en mi mochila unas botas de seguridad con punta de acero que me habían exigido usar. Estaba asustada y miraba constantemente por la ventanilla del autobús con miedo a no bajarme en la parada correcta.

Hasta que al fin llegué.  Era una edificación enorme de un solo piso. Le di la vuelta dos veces a aquella mole de concreto, pero aunque nadie me crea ¡nunca encontré la puerta de entrada! Aquella edificación color gris tenía varias aberturas donde estaban parqueados algunos de esos gigantescos camiones de carga. Yo no tenía ni un teléfono celular entonces como para llamar a la agencia y preguntar.

Decepcionada, regresé a mi apartamento. En el teléfono tenía un mensaje donde me decía que por haber llegado tarde a mi primer día de trabajo, no me querían como su empleada.

Entonces continué asistiendo a mis clases de inglés. Un día la Consejera de Empleo me dijo que fuera a verla a otro local en el norte de la ciudad donde ella trabajaba por las tardes. Mi cita era en una fría tarde de invierno. Tuve que tomar dos autobuses para llegar hasta allá. Como no conocía la ciudad, caminé en sentido opuesto a donde estaba aquel Centro de Empleo. Cuando me di cuenta, pregunté a la única persona que se cruzó conmigo en la acera y me explicó que debía caminar en sentido contrario y atravesar un cementerio. Le di las gracias y respiré profundamente.

Era febrero, y yo, con tal de hacer algo para que apareciera “mi trabajo, estaba dispuesta a todo. Y cuando les digo todo, era todo. ¿Porque quién me diría a mí que iba a tener valor para atravesar sola un cementerio? Así mismo: para llegar a aquel centro debía atravesar un cementerio. Y no sé si en todo este país es igual, pero ya había visitado varias ciudades en Ontario donde había cementerios dentro de las ciudades y no en las afueras. Éstos no tenían cercas; uno pasaba por la acera y si estiraba un poco un brazo ¡hasta podía tocar una lápida cualquiera! Los atravesaban calles, y pasar por ellos era tan normal como circular por cualquier calle.

Bajo tremenda nevada pasé por entre las tumbas con mucho respeto y a la vez cierto recelo: como si se trataran de monumentos de recordación a los caídos. Ni un alma viva se cruzó conmigo. Aquí muy poca gente camina, casi todo el mundo anda en su carro, y más en invierno. Pero yo no tenía ni carro ni la menor idea de cuándo podría comprarme uno; así que lo atravesé en compañía de las almas difuntas. No fue tan raro pues de cierta forma yo también me sentía medio difunta. İEra tan extraño andar por esos parajes! A veces me preguntaba: ¿No estaría viviendo ya en otra vida?

Aquella cita fue como las anteriores: un apretón de manos muy afectivo, una gran sonrisa cálida que a veces parecía reconfortarme y darme esperanzas, luego más papeles y más charla. Si no había otro empleado cerca me daba algunos consejos en español. Al terminar de escuchar sus recomendaciones, firmar su libro (para que ella demostrara que yo asistía a sus citas, me imagino ahora), como tantos otros buscadores de empleo. Al final para lograr nada.
Aquel día aproveché y me quedé un rato más en la biblioteca de aquel Centro de Empleo, a consultar en Internet algunos sitios web de empleo local. De todas formas el autobús que debía tomar para regresar no pasaba hasta dentro de una hora y de nada me valía esperar en la parada a unos 22 grados Celsius bajo cero.

Al salir vi que la Consejera se montaba en un precioso auto rojo, se cubría con un largo abrigo de piel parecido a los que yo contemplaba en SEARS, pensando que algún día podría comprármelo. Sí, cuando tuviera empleo me compraría uno con guantes a juego. También me compraría mi primer carro y mi primera casa a crédito, como se hace aquí. Imaginaba cuánto iba a cambiar mi vida cuando lograra un trabajo decoroso.

Luego, en la escuela donde mejoraba mi inglés, supe que varios de mis compañeros hispanos también tenían citas con esa “Consejera” de manera regular. Muchos de ellos, al salir de las clases, trabajaban fregando platos o en compañías de limpieza,”por debajo de la mesa”, como se dice por acá, para no perder su subsidio de desempleo.

La Consejera era hispana como yo, y si creí al principio que por eso iba a ayudarme, estuve equivocada. Mi problema no era el suyo, tampoco los de quienes iban a verla buscando “la lucecita en la salida del túnel”. Ella ya tenía un trabajo bien remunerado y seguramente cobraba sus buenos cheques. Daba lo mismo si quiénes "éramos atendidos resolvíamos un trabajo o no. En definitiva, ella nos había recibido y aconsejado.

Tiempo después la vi en WALMART empujando un carrito lleno de compras.
Se hizo la que no me vio, y yo hice igual.

Para ese entonces un cubano, amigo de otra amiga, me había dado empleo en su empresa. No era en lo absoluto algo relacionado con mi profesión, pero al menos era una ocupación fija en una tienda de ropa masculina. Cuando me contrató fue claro y me dijo: “Mija, al menos para que cojas la experiencia canadiense”. Sí, - pensé sin decir palabra-, ya sé en qué consiste la “experiencia canadiense.


miércoles, 19 de septiembre de 2012

"Una amapola en mi patio"

 

"Una amapola en mi patio"

 

Por: Taimí Antigua Lorenzo

Nunca había visto una planta, ni flor de amapola...¡hasta que el pasado sábado le brotó una flor a la única matica que se me dio en el jardín de mi patio! Había sembrado un paquete de semillas de amapola en el verano, pero entre los pájaros y las hormigas que se las comieron o dispersaron, nada parecía resultar.

¡Qué bella florecita morada! Estaba encantada, y no pude dejar de recordar la época de estudiante universitaria cuando me dieron a leer aquel poema del eminente poeta mexicano Alfonso Reyes "Glosa de mi tierra" que siempre me ha dado vueltas en la cabeza cuando de amores se trata. Aquí se los dejo.


"GLOSA DE MI TIERRA
Por: Alfonso Reyes

Amapolita morada
del valle donde nací:
si no estás enamorada,
enamórate de mí.

I

Aduerma el rojo clavel,
o el blanco jazmín, las sienes;
que el dardo sólo desdenes,
v sólo furia el laurel.
Dé el monacillo su miel,
y la naranja rugada,
y la sedienta granada,
zumo y sangre -oro y rubí-;
que yo te prefiero a ti,
amapolita morada.

II

Al pie de la higuera hojosa
tiende el manto la alfombrilla;
crecen la anacua sencilla
y la cortesana rosa;
donde no la mariposa,
tornasola el colibrí.
Pero te prefiero a ti,
de quien la mano se aleja;
vaso en que duerme la queja
del valle donde nací.

III

Cuando al renacer el día
y al despertar de la siesta,
hacen las urracas fiesta
y salvas de gritería,
¿por qué, amapola, tan fría,
o tan pura o tan callada?
¿Por qué, sin decirme nada,
me infundes un ansia incierta
-copa exhausta, mano abierta,
si no estás enamorada?

IV

¿Nacerán estrellas de oro
de tu cáliz tremulento,
-norma para el pensamiento
o bujeta para el lloro?
¡No vale un canto sonoro
el silencio que te oí!
Apurando estoy en ti
cuánta la música yerra.
Amapola de mi tierra:
enamórate de mí.

sábado, 15 de septiembre de 2012

"Martí, poesía siempre"

 

"Martí, poesía siempre"

Por: Taimí Antigua (Este trabajo lo publiqué cuando trabajaba en la AIN, Agencia Cubana de Noticias, La Habana, Cuba,2006)
Fotos de Internet

De nuestro héroe nacional, José Martí, se ha hablado y escrito mucho, pero nunca lo suficiente como para abarcar su fecunda obra revolucionaria y literaria.

Pero quisiera referirme en este trabajo al hecho de que no todo el mundo se da cuenta que Martí, de adulto, apenas vivió en Cuba. Nació en La Habana, pasó aquí su infancia y adolescencia hasta los 16 años cuando fue preso acusado por delito político, e ingresó a presidio para sufrir los más duros trabajos en las canteras de San Lázaro, con
grillete y cadena.


Después de un año de presidio, su pena fue conmutada por el exilio. Salió para España siendo casi un niño en edad, aunque casi todo un hombre en saber.


Un año después pudo regresar a su patria aprovechando la amnistía general después del pacto del Zanjón, y finalmente, después de múltiples viajes por diferentes países latinoamericanos y Estados Unidos, volvió por sólo treinta y ocho días, antes de que el fuego español acabara con su vida en Dos Ríos.

De adulto, pocos los conocieron en Cuba, pero quienes sí pudieron tratarlo más fueron los patriotas cubanos que emigraron a Nueva York, tales como las hermanas Matilde y Amalia Simoni (viuda de Ignacio Agramante) y sus hijos, Carmen Miyares y Manuel Mantilla, entre otros.

En esa ciudad creó su estudio, trabajó para varias publicaciones, conspiró para la independencia cubana y vivió de forma regular, con la interrupción de cortas estadías en Centro América y Venezuela, tal como explica la francesa Blanche Zacharie de Baralt en su libro El Martí que yo conocí, libro que resulta curioso además por múltiples anécdotas sobre los avatares del Martí patriota, escritor, orador y amigo de artistas y de cubanos emigrados, tanto ricos como pobres, lo mismo negros, mulatos que blancos.

Blanche lo conoció en 1884 durante una soireé musical en Nueva York cuando apenas tenía 18 años. Esta se convirtió poco después en la esposa de Luis A. Baralt y Peoli, médico, poeta, profesor y patriota cubano, cuya hermana, Adelaida Baralt ayudó a Martí a publicar la novela por entregas Funesta Amistad, la cual fue publicada en el periódico neoyorkino El Latino Americano, bajo el seudónimo de Adelaida Ral.

Como Martí hacía versos con una facilidad pasmosa y sentía que la obra, por haber sido escrita tan a prisa, no tenía mucha calidad, cuando recibe el pago por la misma, le envía parte del importe a su amiga con una graciosa nota donde escribió tres cuartetos, aquí les muestro el primero:

De una novela sin arte
la comisión ahí le envío
bien haya el pecado mío
ya que a usted le toca parte.

Y es que era costumbre suya acompañar sus cartas o esquelas con versos para darles una noticia o agradecerles un insignificante favor.

En otra ocasión Adelaida dejó, al parecer olvidada, su bolsa en la pensión de Carmen Miyares (donde residió mucho tiempo) y se la mandó con esta graciosa notica:

Sin violación de secretos
devuelvo el portamonedas
rogándole a Dios que pueda
verlo de amor y de greenbacks repleto.


También a Adelita, una de las hijas de Blanche Zacharie de Baralt, le envió un obsequio por las Pascuas. Se trataba de una pequeña tacita de Dresde, acompañada de estos versos:

El enanito de arriba
trajo a Adela esta mañana
esta -----------porcelana
a la porcelana viva.


No queriendo escribir la palabra "linda" para calificar su regalo, puso una rayita por pura y exquisita modestia.

Entre las otras familias muy visitadas por nuestro héroe, estaban la de su viejo amigo Fermín Valdés Domínguez, los esposos Carrillo, los Peoli, los Miranda, la de Gonzalo de Quesada (quien póstumamente coleccionó su obra), y la de Benjamín Guerra -tesorero de la Junta Revolucionaria en Nueva York-, quien fue a verlo un día que estaba enfermo en compañía de sus hijas, la mayor, Ubaldina, y la menor, Panchita.

Las pequeñas llevaron a Martí dos mazos de claveles rojos, que poco después le sugirieron estos versos:

Pinta mi amigo el pintor
Sus angelones dorados
En nubes arrodillados
Con soles alrededor.

Pínteme con sus pinceles
Dos angelitos medrosos
Que me trajeron piadosos
Sus dos ramos de claveles.


Como casi todas las hijas de emigrantes cubanos, Ubaldina conocía bien Los zapaticos de rosa y un día en que Martí la sentó en sus rodillas se los recitó de memoria.


Al día siguiente, para demostrar su complacencia, le mandó de regalo un quitrín cubano (de juguete) y dentro una muñequita con zapatos rosados, y estos versos que parafrasean su famoso poema:

A Ubaldina la hechicera
le manda por generosa
esta memoria ligera,
Pilar, la niña sincera
de los zapatos de rosa.

Y ya que el sol da calor,
si en un jardín hay dos flores,
por igual a cada flor,
le va a Panchita un señor
con su carrito de flores.


Hay otra anécdota que cuentan quienes lo conocieron que hasta después de muerto fue útil a sus amigos. Su poesía ayudó a María Luisa Sánchez de Ferrara,-una mujer estadounidense, pero hija de cubanos-, para que pudiera ejercer su derecho al voto en Cuba, país a donde había regresado con toda su familia al finalizar la guerra.


Su esposo, el abogado Orestes Ferrara (quien aunque italiano, vivió gran parte de su vida en Cuba y fue coronel en las guerras de independencia), llevó ante los abogados un álbum de autógrafos donde en Tampa en 1891 Martí le había escrito los siguientes versos:

A MARÍA LUISA SÁNCHEZ

No hay en la bárbara guerra
del mundo más que un consuelo
las estrellas en el cielo
y las niñas en la tierra.

No hay rival de la mañana
con su luz pálida y pura
mas sí hay rival, tu ternura
pálida niña cubana.

Yo diré, mi niña esbelta,
allá en mi hogar de martirio,
que he visto en Ibor un lirio
con la cabellera suelta.

Después que los abogados los leyeron, no pudieron poner en tela de juicio la cubanía de la demandante y le permitieron votar.


Pues así fue Martí, que llenó de poesía no sólo su obra literaria, sino también sus relaciones con amigos y con todos aquellos que le tocaban las fibras del alma.
 

“Sobre La Ley Seca en Estados Unidos”

“Sobre La Ley Seca en Estados Unidos”
Por: Taimí Antigua Lorenzo

Entre los principales promotores de la Ley Seca en Estados Unidos estuvieron organizaciones cristianas femeninas como Prohibition Party y el Movimiento por la Templanza (o Temperancia) que veían el alcohol como la principal causa de los males sociales de la época: pobreza, violencia doméstica, prostitución y hasta enfermedades mentales.

Pero mírenlas bien y ¿díganme si con esas caras los hombres iban a dejar la bebida?
 
Predicaban en iglesias, en actividades sociales y ponían letreros en cuanto sitio podían.
                                            Carry A. Nation

Personajes como Carry A. Nation y activistas del Movimiento por la Templanza eran capaces de atacar tabernas con un hacha y destruir las botellas que allí encontraban.
    A poster for the Woman's Christian Temperance Union shows   women mashing away the evils of alcohol.

Ya desde 1914 estos movimientos, principalmente de origen metodista y protestante, pedían moderación en el comer y en el beber. Luego exigieron la prohibición total del consumo de alcohol, y finalmente del alcohol, especialmente de la industria que lo producía y vendía.


La Ley Seca rigió en Estados Unidos entre 1919 y 1933. Fue establecida por la Constitución, e implementada por el Acta Volstead. No prohibía el consumo de alcohol, pero hacía difícil su consumo porque prohibía la manufactura, venta y transporte de bebidas alcohólicas. Aunque la producción comercial de vino estaba prohibida, no así la venta de jugo de uva, que se vendía en forma de “ladrillos” semi-sólidos y era utilizada para la producción casera de vino.


Muchos de los delitos más serios de la década de 1920, incluyendo robo y asesinato, fueron resultado directo de esta ley. En lo que duró la prohibición, 30,000 personas murieron por ingerir alcohol metílico y otras destilaciones venenosas; 100,000 personas sufrieron lesiones permanentes como ceguera o parálisis; 45,000 personas fueron sentenciadas a prisión y más del triple fueron multadas o retenidas de forma preventiva. Un 34% de los agentes encargados de hacer cumplir la ley fueron expedientados, y un 10% fueron expulsados por extorsión, robo, falsificación de datos, hurto, tráfico y perjurio; mientras el crimen organizado alcanzó su máximo auge.

                                                          Al Capone

El alcohol continuó siendo producido de forma clandestina y también importado clandestinamente de países limítrofes, provocando el auge considerable del crimen organizado. Ejemplo de esto fueron Al Capone y otros jefes mafiosos que hicieron millones de dólares mediante el tráfico y la venta a espaldas de la ley.

Pero en la década de 1920 la opinión pública dio un giro y se constató que había sido peor el remedio que la enfermedad. Finalmente, en marzo de 1933 Roosevelt firmó el Acta Cullen-Harrison que legalizó la venta de cerveza que tuviera hasta 3.2% de alcohol y la venta de vino. Ese mismo año se ratificó la Enmienda XXI, que le puso fin, aunque algunos estados continuaron aplicando leyes locales para prohibir la venta de alcohol.


Pero, volviendo al inicio del post: mírenlas bien. Creo que los esposos de dichas promotoras de la Ley Seca hubiesen preferido la botella…