“Skilled worker serás tú”
Hacía dos meses que había llegado a Canadá junto a mi esposo a través del programa de Inmigración Independiente "Skilled Workers". Andaba buscando empleo de cualquier tipo y no encontraba nada. Mi esposo había logrado un trabajo, y aunque no se trataba de algo profesional, él decía que era un buen comienzo. Mi corazón había comenzado a llenarse de pena y preocupación.
İTenía tantas ilusiones antes de emigrar! Ya me estaba empezando a sentir mal en la tierra donde los árboles dan miel, cuando vi el anuncio aquel para trabajar en “Star Mail” y se me iluminó el rostro.
Eso seguro que era una oficina de correos. No debía ser difícil trabajar en un lugar así, pensé. Sobretodo, no haría falta hablar mucho inglés. ¡Cómo no se me había ocurrido antes! İAdiós a las clases de inglés! Sólo aprendía a escribir un poco, pero para hablar, lo que se dice “HABLAR”, no me estaban sirviendo de mucho.
Miré el mapa en el Google, cogí la mochila y una botella de agua. Tras dos cambios de autobús y de cruzar una línea férrea que travesaba una carretera sin aceras, no me fue difícil vislumbrar aquel almacén. No tuve problemas para explicar que quería la posición anunciada. Sólo tuve que llenar una planilla y me dijeron que podía empezar al día siguiente. El trabajo sería únicamente tres días a la semana, pero encantada acepté su oferta. De no tener nada, aquello sería un buen comienzo. Aunque no trabajaría en una oficina de correos vistiendo un uniforme, sería, por lo visto, una ocupación estable.
Feliz por haber logrado mi primer empleo en Canadá, al día siguiente salí temprano con otra botella de agua y una hamburguesa en la mochila.
Aquel almacén olía a basura y a curry. Una hispana con cuerpo de boxeador nos dio las indicaciones de cómo empacar los flyers. Por un lado tenía a un viejo que olía a ron, y por el otro, una pirámide de periódicos. Nada indicaba que aquello fuera demasiado engorroso, sino todo lo contrario. Tenía que estar parada frente a una mesa de madera cruda y meter en un nylon los flyers doblados en un orden determinado. Luego con una tablita aplastaba el paquete para alisarlo. İY para el saco!
-¿Cuántos sacos debo llenar en cada jornada?, le pregunté de lo más inocente a “la jefa”.
- Estás atrasada, me respondió sin mirarme.
- ¿Pero la norma diaria es de … ?
No pude terminar la pregunta porque se volvió hacia mí con una mirada que nada tenía que ver con el amor entre personas de la misma raza o cultura. Mirándome fijamente y clavándome unos ojos amarillentos me dijo lo mismo: “estás atrasada, eres la más lenta”.
Seguí trabajando al mejor ritmo que pude. Mis uñas arregladas al estilo francés comenzaron a quebrarse. Con los dientes me las fui cortando para que no quedaran colgadas por las esquinas.
Como a las cuatro horas, noté que la epidermis de mis deditos acostumbrados a teclear frente a una computadora empezó a desaparecer. Estaban en carne viva, muy rosados, casi rojos.
Una hispana que trabajaba en la mesa de en frente, me dijo:
-¿No traíste una esponjita con agua?
-No, ¿por qué?
-¿No sabes que la tinta de estos periódicos es venenosa?
İOh oh! İLa situación se empezó a poner mala! Ya me habían explicado mil veces en Cuba que el capitalismo era un sistema despiadado. Nada bueno podía salir de de este trabajito donde no requerían de ninguna certificación.
İOh oh! İLa situación se empezó a poner mala! Ya me habían explicado mil veces en Cuba que el capitalismo era un sistema despiadado. Nada bueno podía salir de de este trabajito donde no requerían de ninguna certificación.
Cuando ya no podía del dolor en las rodillas, sonó una especie de timbre y todo el mundo paró. Salimos a un patio donde había varias mesas de madera con bancos. Saqué mi hamburguesa y pensé que aquello que había pensado minutos atrás había sido una idea desafortunada. İQué iba a ser malo el capitalismo con unas hamburguesas así! İNo, señor!
Las hispanas se sentaron juntas a comer y hablar de sus asuntos. Luego las escuché decir que: “total, si el trabajo en las farms era peor”. Yo las observada de reojo y me preguntaba si podría existir realmente algo más duro que empacar flyers. A los quince minutos sonó nuevamente el timbre. İA trabajar!
Por ser lunes el trabajo era de 12:00 P.M. a 8:00 P.M. Había perdido la cuenta de cuántas bolsas había ya rellenado de flyers y tirado en el cajón del centro del almacén. Cada vez que tiraba una bolsa, pasaba por una mesa y marcaba una rayita junto a mi nombre.
De pronto aquellas mujeres de la mesa de enfrente comenzaron a hablar de no sé qué misa a donde habían asistido el domingo anterior. Y yo con la boca cerrada, que de religión no sabía casi nada. Para eso Fidel Castro nos había adoctrinado desde chiquitos con aquel lema de: "Pioneros por el comunismo, seremos como el Ché". Así que mejor no hablaba y seguía apurándome empacando los dichosos flyers. Yo había decidido no ser como el Ché, y quería ganarme la vida, para eso me había ido, ¿o no? Pues ni las escuches y sigue en lo tuyo, pensé.
Al rato, aquellas mujeres musculosas empezaron a hablar de un recién concluido concurso de belleza en la ciudad. Al parecer, un concurso organizado por hispanos que se realizó poco antes de que yo hubiera llegado a la ciudad. No paraban de criticar a las ganadoras: que si la mayoría de las concursantes eran feas, que si hasta habían participado dos rumanas, una árabe y una rusa. Yo oía sin decir palabra. Trabajaban como máquinas y hasta hacían chistes que me dibujaban una sonrisa de vez en cuando.
Pero el buen efecto de sus chistes me duró poco. Tenía pensado salir a las 10:00 P.M. y así disponer de quince minutos para llegar a la calle donde pasaba mi autobús a las 10:25 P.M. Era el último de aquella ruta cada noche. Llegar a mi casa caminando casi imposible; diría que impensable en aquel, mi primer otoño canadiense. Si ese era el otoño, ¡pobre de mí cuando llegara el invierno!
La voz de aquella mujer sonó estridente en el almacén. Con mi inglés “de palo” entendí que la jornada se alargaría hasta que se terminaran de empacar las pilas de flyers amontonados en el suelo: los de Zellers, de SEARS, de Food Basics, y así todos los de las tiendas locales.
Se me hizo un nudo en la garganta y seguí empacando. Terminamos a las 11:30 P.M. aquella jornada. Por suerte, afuera estaba mi esposo en el carro de un amigo esperándome. Por aquellos días no teníamos automóvil aún. Regresé extenuada. Tras darme un baño, caí rendida en el colchón que teníamos por cama hasta las 5:30 A.M. cuando sonó el reloj.
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