“El otoño y sus colores en Ontario”
Fotos: Taimí Antigua Lorenzo
En el área donde vivo, el noroeste de la provincia de
Ontario, en Canadá, sentimos que el verano llega a su fin, no porque empiece un nuevo curso escolar, sino porque la "Madre Natura" funciona como un reloj suizo justo al terminar el
mes de agosto. Poco a poco las hojas de los árboles comienzan a caer, la hierba
aún crece, pero disminuye su ritmo de crecimiento.
Las pequeñas ramas de los árboles también empiezan a
verse sobre el césped cada mañana y los canadienses comenzamos a sacar
chaquetas y abrigos ligeros, preferiblemente con gorros pues también las lloviznas son más frecuentes y frías.
El cielo empieza a lucir encapotado, la noche llega un
poco antes. Solo los grandes pinos y otras plantas perennes siguen luciendo
igual, como si los cambios de estación no las perturbaran.
Los primeros cambios en la coloración de las hojas se
notan en la copa de los árboles, que se convierten en todo un espectáculo para
los ojos de quienes sabemos distinguir los matices verdes, amarillos, naranjas,
ocres y rojos vivos, todos entremezclados.
Luego, poco a poco, las hojas van perdiendo sus
pigmentos hasta llegar a su parte inferior y caer lentamente formando un colchón de materia a descomponerse. Muchos árboles quedan
en pura madera y son azotados por un crudo invierno que, a veces, les parte las
ramas o los destruye completamente.
¿Y a qué se debe este fenómeno?
Las plantas acumulan pigmentos en sus hojas para
absorber la luz y con ella la energía necesaria para crecer y sobrevivir a
través de la fotosíntesis. Además, en muchas de ellas también se producen pigmentos
para el proceso contrario: protegerse de la radiación solar.
Según los expertos, el color verde se debe a que los
árboles acumulan clorofila, un pigmento que se encuentra en el interior de los
cloroplastos. Estos son un componente de las células vegetales que participa en
el proceso fotosíntesis, donde el dióxido de carbono del aire y el agua del
suelo son transformados en azúcares aprovechables por la planta. Gracias a éstos,
las plantas pueden crecer y
producir oxígeno.
En otoño la clorofila se reabsorbe pues requiere
temperaturas cálidas y luz solar. Como en el otoño los días se hacen más
cortos, la cantidad de luz disminuye, y por eso la producción de este pigmento
también decrece. Por ello, las hojas de
las plantas pierden su coloración verdosa.
¿Y por qué vemos hojas anaranjadas y rojas?
Porque además de la clorofila, las hojas tienen unos
pigmentos conocidos como carotenoides y
flavonoides, que pueden darle sus colores amarillos,
naranjas y rojos. Entre ellos destacan los beta-carotenos, la luteína y el licopeno, sí, ese mismo: ¡el que le da el color rojo a los tomates y pimientos morrones!
Los colores de estos pigmentos suelen pasar
desapercibidos en las hojas porque la
clorofila los enmascara durante el verano. Cuando llega el
otoño, tanto las clorofilas como los carotenoides y flavonoides se degradan, pero los
pigmentos verdes lo hacen más rápidamente.
¿Y por qué otras hojas que lucen azules o moradas?
Hay unos flavonoides que se producen en algunas
plantas bajo ciertas circunstancias: los antocianinas.
Son unos pigmentos que parecen tener función protectora frente a la luz solar y
estar implicados en la absorción del excedente de radiación. En ocasiones se
producen cuando los días se hacen más cortos y la clorofila ya ha comenzado a
degradarse y a absorber la luz solar. Le dan a las hojas colores rojos, morados
y azulados.
Todos
percibimos el color de las hojas de manera diferente. Se puede decir que el color de las hojas es
básicamente una sensación
construída por el sistema nervioso cuando traduce la radiación
electromagnética que rebota desde las hojas hasta los ojos. Los matices de
color dependen de la naturaleza de la radiación y de sus longitudes de onda:
dentro de cierto espectro, las longitudes de onda cortas se perciben como
colores azules y las más largas como rojizas.